Aquella Princesa Llamada Olga
Aquella mañana fue
diferente a todas, no la despertaron los suaves llamados de sus amas de cría ni
su servidumbre, no eran los perrillos
juguetones que la acompañaban en su aburrimiento cotidiano, tampoco los gritos
temibles del feroz monje al que toda su familia y ella misma aborrecían pero
también sentían por él un supersticioso temor (aunque en realidad hay rumores
muy fuertes de que lo han matado), los gritos provenían de las afueras de
palacio y eran en verdad insultos, soeces formulas del odio reprimido y que
justo en éste día, como una diabólica estampida de bestias furiosas y
degradadas por la miseria y el ancestral sometimiento se desparraman por los jardines y a las puertas de palacio. La
princesa fue despertada por las multitudes de todas las Rusias que impulsadas
por otro nuevo santón y abanderados con los colores del infierno y la cruz transformada en una hoz y un
martillo, enarbolada por los
desarrapados que ahora claman por la
Revolución.
Texto escrito por Jesús del Campo
Artista invitado por los desmark-2
Borrador Para Una Pequeña Perversión.
Un hombre es
testigo accidental de un crimen, el criminal se da cuenta que es observado y
busca atacar al testigo, éste huye y logra escapar, pero teme que lo encuentre
el asesino y teme más que si lo delata aumente la furia de su ahora
perseguidor, su huida se prolonga primero por meses y luego por años, deja en
todo ese tiempo al principio su casa y su calle, luego su ciudad, después su
país, aunque no está seguro de que sea cierto presiente los pasos del asesino
cerca de él, en más de una ocasión creyó ver su silueta rondar por su actual
alojamiento (han sido muchos en los
últimos años), solo después de treinta años de huir por el mundo de la sombra
que lo persigue, se convence que ya no es necesario esconderse, que en todo
este tiempo el criminal pudo haber muerto, que si realmente lo persiguiera ya
lo habría encontrado, milagrosamente esa noche entró en un absoluto
convencimiento que ya no era necesario huir: el viejo periódico que encontró en
un tiradero de papeles de ese menesteroso hotel que ahora lo alojaba, hablaba
de el crimen que él presenció y de la captura casi inmediata del asesino, con
lágrimas en los ojos se dió cuenta de lo inútil de sus años de exilio (así
podría nombrarse a todo este tiempo), su llanto era una forma de liberación y
de tristeza por todo este tiempo, las paredes lo ahogaban, no esperó más y por
primera vez, probablemente para subrayar
su emancipación, salió a la calle sin tomar ninguna precaución, respiró a pleno
pulmón el aire de la noche otoñal, fresco, con olor a smog y hojas marchitas de
los árboles que se preparaban para enfrentar el invierno. Se dio cuenta de todo
el tiempo que se había privado de un pequeño placer como éste; un viejo
harapiento se le acercó y le pidió una caridad, él le dió con descuido alguna
solitaria moneda que aún lo acompañaba, quiso seguir adelante pero un agudo
dolor en el pecho lo hizo detenerse, solo ahora notaba que el mendigo no le dió
las gracias, le clavó en el pecho un viejo puñal, era el verdadero asesino que
al fin lo había alcanzado para cerrar el círculo: el testigo ya no lo delataría
y no tendría que enfrentar ningún testigo en su juicio.
Texto escrito por Jesús del Campo
Artista invitado por los desmark-2
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